Una parte del cerebro (“pero, ¿tenés alguno?”, me preguntaron una vez) me impelía a hablar sobre política, de confrontaciones, debates y encuestas, que si Ottón, Laura o Johnny… “¿No ve que la coyuntura está que arde? ¡Diga algo!”.
Sin embargo, la verdad es que hoy no me da la gana. Ni que la política fuese lo único que hubiera para comentar.
Prefiero hablar de las montañas azules de Costa Rica, las que, como era de esperarse, nos plantean un interesante dilema filosófico: ¿son realmente azules, como las pintaron Amighetti, Quirós y Fausto Pacheco, o parecen azules? Ya ven, hasta Kant tiene cosas que decir al respecto.
Como en toda montaña, aun en las azules, hay senderos, esta columna podía irse por cualquier lado. Una opción era jugar de agudo planteándole al culto público una pregunta: “Si las pirámides de Egipto hubiesen sido contratadas por un tico, mediante concesión de obra pública, ¿en qué etapa de la construcción estarían?”. La respuesta es evidente: no solo Schubert habría dejado una sinfonía inconclusa.
Sin embargo, menos conocidas son las implicaciones históricas del presumible desaguisado. Como la batalla legal sería (perdonen el calificativo) babilónica, todos los imperios que han conquistado Egipto tendrían representantes acreditados (empezando por los hititas y terminando con turcos e ingleses), lo que nos regalaría la maravilla de que el Imperio Romano estaría vivito y coleando, peleando por sus derechos legales.
Si, estirando el cuello, me dedicase a otear allende las montañas azules, una columna muy distinta habría salido. Más filosófica, hablaría sobre lo efímero de las cosas: “¿Quién diría, hace solo diez años, que todo un símbolo del poder económico norteamericano, la General Motors, estaría en quiebra?”. La reflexión, inquietante, no solo nos haría cavilar sobre los mundos a los que nos enfilamos sino, sobre todo, sobre la temporalidad de los símbolos del poder, lo que a su vez nos llevaría a otra pregunta: ¿Por qué, si el poder es pasajero, la mayoría de los seres humanos hacen, motu proprio, genuflexiones ante los poderosos?
Otra opción era esbozar una columna amarga, hablar de la tremenda tragedia revelada en Irlanda, donde, a lo largo de setenta años, miles de niños sufrieron abusos de órdenes religiosas de la Iglesia Católica.
Los silencios convenientes: ¿por qué las autoridades eclesiásticas bloquearon la identificación de los responsables? Ahora bien, aguda, reflexiva o amarga, cuando la cabeza divaga, como ahora, a este columnista le queda una última y desesperada salida: tomarse un buen café y ver al techo. Hay días en los que ni Vargas sabe qué hacer con Varguitas.
La Nación, Costa Rica, GDA