La elaboración de esta estructura tiene influencia de la Escuela Quiteña en el tallado y en el pan de oro. Hoy se realiza la consagración. Foto: Alfredo Lagla/ El Comercio
Basta traspasar el postigo de un portón colonial, de gruesas maderas, y el oro irradia en una habitación en semipenumbra.
Afanoso, el artesano Mario Narváez, exalumno de la Escuela Bernardo de Legarda, de Quito, fija pequeñas láminas de oro de 23 quilates, traídas de Alemania, para dorar la nueva mesa del altar.
Será entregada hoy a la comunidad, que arranca el triduo o los tres años antes de que la Orden Mercedaria cumpla 800 años, en agosto del 2018. San Pedro Nolasco, el fundador, la dedicó a la Madre de la Merced el 10 de agosto de 1218, en Barcelona, España.
Según el padre Jaime Cortez, superior provincial de la Orden en Ecuador y Colombia, el 2016 será dedicado a la Madre de la Merced; el 2017, a Cristo Redentor; y el 2018 será el jubileo de los 800 años de La Merced.
Este viernes 16 de enero, el altar –tallado por el maestro Eduardo Galeano en cedro noble- será ungido (consagrado) y bendecido.
Al acto asistirán Danilo Echeverría, obispo auxiliar de Quito y altos oficiales de las FF.AA. La Virgen es patrona de la institución, religiosos de la Orden y de otras.
Al maestro Narváez, de estatura mediana, moreno, de bigote negro, le acompañan en la delicada tarea de dorar la mesa, su esposa, Mariana Quinatoa, y María José Narváez, hija, quien estudia Economía en la Universidad Central. Los padres le enseñaron a dorar.
En el taller, cuyas altas ventanas dan a la calle Cuenca, apoyan en la tarea los hermanos Denis y Marco Maisinche, de San Antonio de Ibarra, tierra de talladores. Ellos aprendieron con el maestro Édgar Benalcázar.
Narváez fija con cuidado las láminas de oro en una hornacina (parte central de la mesa), en la que irá el escudo de la Orden para que lo vea la gente desde cualquier sitio.
“Trabajo desde la tercera semana de diciembre a contrarreloj”, dice el artesano, quien emplea 4 000 planchas de oro, de 8×8 cm, para la mesa de 3,20 de largo, 1,10 de alto, y 1,20 de ancho. A sus costados van cuatro columnas salomónicas (dos en cada lado), similares a las de La Compañía.
Narváez marca bien la diferencia: el altar de la celebración está adelante del altar mayor, barroco del siglo XVII, y atribuido a Bernardo de Legarda. “El altar grande o fijo es un símbolo de que allí se encuentra el mismo Cristo”, sostiene el padre Cortez.
Reconoce que en un espacio de la mesa quedarán, para la posteridad, las reliquias o restos de dos de los 19 mártires de la Orden que perdieron la vida en Aragón, entre 1935 y 1940, los años de la fatídica Guerra Civil Española.
“Sus restos, partes pequeñas de los cuerpos, estarán en la mesa, en un espacio cóncavo, esto es un honor, una deferencia especial”, dice el sacerdote, y subraya que los restos fueron enviados a varios países.
La familia Narváez Quinatoa prosigue su tarea y Eduardo Galeano, diseñador y tallador del altar, quita un manto y se revela una fina urdimbre de madera: el enchapado fijado con nogal, lustroso y llamativo.
En el enchapado se aprecian hojas de acanto estilizadas, un cáliz; la parte floral, con acanto, se inicia con roleos (círculos); su estilo es ecuatoriano, porque a diferencia del europeo, la pieza floral es única, sin cortes.
“Las hojas de acanto son más sobrias, dan la sensación de dulzura y movimiento (basado en el círculo); al contrario del diseño cusqueño, el cual es más bronco y fuerte”. Es el testimonio del maestro Galeano, quien sostiene que el capitel de las columnas concluyen en churo.
Para el tallado, Galeano (47 años, estudió en la Universidad Técnica del Norte, Ibarra), usó gubias de varias clases, tanto los acabados de la hornacina, las columnas, y el enchapado de la mesa, son de filigrana, pero en delicada madera.
Al presenciar el nogal americano, el roble francés y la haya, en el enchapado, el resultado es un bello acabado, que guarda armonía con el altar mayor.
Por una rendija del portón se ve la fuente octogonal de Neptuno, única en Quito, construida en 1652.
Y en lo alto de la torre, de 47 m, de rasgos moriscos, está un reloj inglés, de 1817. Allí, fijada, existe una inmensa campana de 2 m de alto y 2 m de diámetro.
El altar mayor de pan de oro es la morada de la Virgen de La Merced, patrona de la Orden.