Cuando su madre murió, Salvador Bacón, un adolescente de 13 años que había llegado hace poco a Quito, le prometió que se haría arquitecto. Fue una de las promesas que más se esforzó por cumplir y una de las más pesadas. A los 18 años , cuando conoció el Colegio Universitario de Artes Plásticas, se dio cuenta de que no podía sostener esa promesa. Decidió que honraría mejor el recuerdo de su madre si se dedicara realmente a lo que a él lo apasionaba: el arte.
Luego de más de 35 años de trabajo artístico, hoy Salvador Bacón tiene un lugar en la plástica nacional por una propuesta personal que la crítica ha identificado en la corriente naif (ingenuo en francés). Una muestra antológica, montada en las salas de exposición temporal de la Casa de la Cultura y titulada ‘El color de los Andes’, ilustra el periplo que el autor ha desarrollado desde sus primeros cuadros.
El criterio que ha ordenado las 85 obras (14 dibujos a lápiz y a tinta, dos óleos sobre cartón, y el resto óleos sobre lienzos) ha obedecido a construir una percepción sobre las cuatro etapas que, según él mismo, ha atravesado su propuesta: “La pintura social, las escenas costumbristas, el arte naif y el neofigurativismo”.
Los primeros cuadros, colgados al principio de la muestra, retratan varios personajes como cargadores, mendigos o lavanderas con un ánimo detallista aunque las expresiones de los rostros no aparecen definidas.
Desde la segunda etapa empieza propiamente a notarse el estilo que le ha dado a Bacón reconocimiento nacional e internacional. La etapa del costumbrismo está marcada por escenas campesinas que el artista rescató de su infancia en el pueblo serrano de Guamote.
“Allí están escenas de los fogones indígenas que aún existen”, explica el autor, nostalgia por la figura materna que lo abandonó tempranamente. “Aún pinto esos fogones para recordar a mi mamacita. El campo, la energía limpia del campo, me causa la misma alegría que me producía, de niño, el rostro de mi madre”.
Esa condición espontánea y emocional de la pintura de Bacón son las principales virtudes que críticos como Carlos Villacís Endara supieron saludar al principio de su carrera: “La honesta ingenuidad en el tratamiento de la composición, la clase de elementos empleados, los personajes sobreviviendo en su realidad, están narrados con solvencia de conocimientos”.
La pintura naif es el producto de una intensa necesidad de expresión que no recurre a las herramientas conceptuales y materiales del pintor académico. Por ello sus sistemas cromáticos y simbólicos responden a unos valores que vienen de su cotidianidad. En ese sentido la pintura ecuatoriana se ha alimentado en gran parte de las tradiciones indígenas y coloniales
Por ello la obra de Salvador Bacón contiene una riqueza simbólica muy profunda heredada de su infancia en el campo de su natal Guamote.