La arquitectura actual se mueve entre dos parámetros: la alta tecnología (‘high tech’) y la ecología, que dio lugar a la arquitectura verde, sostenible o sustentable.
Sin duda, los avances tecnológicos determinarán el futuro de la arquitectura. Innovaciones que parecen salidas de Matrix o X-Men, como el revolucionario grafeno, ya están en órbita y su utilización aumenta de forma exponencial.
El parametricismo, una corriente que nació formalmente del manifiesto de Patrick Shumacher para la Undécima Bienal de Venecia del 2008, es la última novedad.
En vez de la dependencia de las rígidas figuras geométricas como rectángulos, cubos, cilindros o pirámides, el parametricismo busca arquitectura con entidades animadas bautizadas como splineas, nurbs y subdivd. Estas dan paso a sistemas constructivos dinámicos como ‘pelo’, ‘paño’, ‘burbujas’ y ‘metabolas’.
Pero a la par de tanta vanguardia, también hay un despunte de la arquitectura que se basa en los conocimientos ancestrales y en materiales amigables con el ambiente.
El argumento más sólido para este crecimiento pasa por la comprobación de que estos materiales son más respetuosos con la ecología y que, incluso, pueden ayudar a mejorar las condiciones ambientales y el hábitat.
Por eso, han reflotado en el escenario arquitectónico los muros de adobe, tapial y bahareque, los morteros de cal y arcilla…
El superadobe (formado por bolsas de tierra) es un ejemplo. Diseñado por el arquitecto iraní-americano Nader Khalili, para la construcción de viviendas en la Luna y Marte, ya se emplea en el país y en entidades tan representativas como la Universidad Metropolitana de Quito. Ese es el escenario. El futuro sabrá qué privilegia.