Víctor Vizuete Espinosa
Para el arquitecto quiteño Roberto Villacreses Narváez, la forma y la función son dos hermanas nacidas de la misma placenta creativa. Y no pueden existir de forma independiente.
Datos personales
Roberto Villacreses Narváez nació en Quito el 8 de diciembre de 1953. Estudio en el Pensionado Borja N°2 y el Colegio San Gabriel. Se graduó en la Facultad de Arquitectura Universidad Central, el 16 de julio de 1983.
Su trabajo de tesis, ‘ Plan de desarrollo urbano del área de expansión de Ambato’, participó en el Concurso Latinoamericano para Estudiantes de Arquitectura, Clefa, en Sao Paulo y quedó segundo. Sus compañeros de tesis fueron Freddy Olmedo y Fabián Tormen, quien ya falleció.
Cuando se casó y era estudiante, tenía un departamento pequeño. Entonces, la mesa de dibujo era parte de la habitación de los hijos. Ellos vieron desde chiquitos dibujar al padre y les entró el gusto por las artes y la arquitectura. Mariela es diseñadora gráfica y Agustín se graduó en la U. Católica.Este fundamento arquitectónico, para él un axioma, lo ha hecho extensivo a su hijo Agustín -quien le siguió los pasos en eso de planificar y diseñar edificios- y a sus alumnos de las materias diseño arquitectónico y construcciones, del cuarto año de la Facultad de Arquitectura de la Universidad SEK.
En su estudio taller, ubicado frente de la Universidad San Francisco de Quito, una litografía que muestra el proceso constructivo de la torre Eiffel domina el escenario como si fuera una vedete. Y engancha al instante todas las miradas.
El grabado no es simple decoración. Esa magnífica estructura de hierro de 330 metros de altura ejerce una fascinación casi psicótica en Villacreses, que la considera el máximo referente de esa amalgama forma-función que tanto predica.
Y le da pie, asimismo, para que cada vez que puede explique -a quien quiera escucharlo- que el verdadero proyectista del archifamoso edificio fue el arquitecto galo Steven Sauvestre y no su compatriota, el ingeniero Gustave Eiffel, quien solo fue el promotor y el constructor.
Fernando Villacreses afronta todos los días con la misma pasión que pone en sacar del ostracismo al olvidado Sauvestre. Ya sea en el trabajo, la cátedra o la familia, los tres plintos en los que se asienta su existencia.
De hecho, dice contundente, “el trabajo para mí es mucho más que llevar el pan para la casa; es una verdadera terapia y el máximo ‘hobby’. Sin exagerar, me puedo pasar la vida dibujando”.
Lo cierto es que Villacrés empezó temprano, aunque se graduó tarde, “recién a los 30 años. El 16 de julio de 1983”.
Su primera obra fue cuando apenas cursaba el tercer año de arquitectura en la Universidad Central. Fue una ‘chaucha’ que le dio un hermano mayor en la urbanización Miravalle. Aunque, precavido, el ñaño solo le encargó el diseño arquitectónico. “La construcción la realizó un ingeniero con más experiencia”.
95 trabajos entre propios, en sociedades y fiscalizaciones constan en su currículo
profesional.Desde ese primer trabajo ha corrido mucha agua bajo el puente. Como todo arquitecto de país tercermundista, Villacreses le entró con fe a todo lo que caía en su oficina.
Claro, los cursos, seminarios y posgrados que realizó, como el de Gerencia de Proyectos Profesionales en la Universidad San Francisco en el 2000, reforzaron su aval y su confianza.
En las casi tres décadas de oficio activo, este quiteño de 56 años ha sido desde dibujante hasta gerente de proyectos; pasando por residente de obra, fiscalizador y superintendente de obra, diseñador, planificador, proyectista urbano…
Como fiscalizador realizó trabajos interesantes en empresas importantes como la antigua Constructora Almagro y la misma Mutualista Pichincha.
Como gerente de proyecto recuerda el edificio Centro de Parqueo, ubicado atrás de la avenida Amazonas. Este fue diseñado por Rafael Vélez Calisto con participación del Banco Solidario.
Como experiencia no olvida los ocho años que laboró en el consorcio de ingenieros Planing Ltda., donde conoció los secretos y los bemoles del oficio.
En esa compañía también le recuerdan con cariño. Y resaltan sus dotes de arquitecto serio, comprometido y competente.
Desde hace tiempos es uno de los arquitectos exclusivos de la plantilla del prestigioso grupo Romero & Pazmiño.
Desde hace tiempo, asimismo, comparte su oficina con su hijo y colega Agustín. Su hija Mariela, diseñadora gráfica de profesión, también colabora con el equipo. La empresa se completa con el yerno, Juan Francisco Padilla, también arquitecto.
Agustín resalta la estatura conceptual y ética de su progenitor. Así como su predisposición para aceptar cambios e innovaciones, de las que están llenos las nuevas generaciones.
Esta apertura al cambio pero manteniendo una sólida posición conceptual es refrendada por la arquitecta Paula Carrillo, quien fue su alumna en la SEK y trabajó en su taller. “Como profesor es un excelente docente. Como profesional es la eficiencia al máximo: serio, comprometido, innovador y sumamente capaz”.
Fernando no oculta su cabeza en la tierra para no ver la realidad. Sabe que las nuevas generaciones son las dueñas del futuro y las aplaude sin reservas. Sabe que su hijo le tomará la posta cuando sea necesario.
“Agustín está preparado para asumir cualquier reto, por más complicado que sea. Ya vuela solo. Es más, varios de los nuevos proyectos que ha realizado la oficina llevan su firma”.