Washington. ANSA
Un año después de la ‘campaña perfecta’ que lo llevó a ganar las elecciones en noviembre de 2008, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, protagoniza el primer tramo de un mandato ‘imperfecto’, marcado por promesas por ahora incumplidas y desilusiones.
Nadie puede acusar a Obama de no haber intentado, desde el primer día de su gestión, cambiar vigorosamente gran parte de las políticas de su predecesor, George W. Bush. Pero nadie, ni siquiera sus más fervientes partidarios, puede declararse completamente satisfecho por los resultados.
El paso de la palabras a los hechos concretos se reveló más difícil de lo esperado y la transformación de las buenas intenciones de Obama en leyes del Congreso es mucho más dura de lo previsto por el equipo del ex senador.
Un caso emblemático es el del cambio climático. Obama hizo de la lucha contra el recalentamiento del planeta una prioridad de su presidencia, invirtiendo 180 grados la posición de la era Bush, pero después de devolver a EE.UU. un papel de liderazgo en esta causa, no logró obtener del Parlamento ni siquiera una ley para limitar la emisión de gases contaminantes en su propio país.
Una de las acusaciones lanzadas contra Obama y que más irritan a la Casa Blanca (quizás porque tiene parte de verdad) es que se trata de un presidente proclive a cultivar su imagen de superestrella global -con elocuentes discursos en Praga, Moscú, Estambul o El Cairo- mientras en su propio país se siguen acumulando los problemas no resueltos.
La noticia llegada desde Oslo sobre el Premio Nobel de la Paz, que tomó por sorpresa incluso a la Casa Blanca, no hizo más que reforzar la posición de esos críticos en Estados Unidos.
En el frente doméstico, la decisión de Obama de invertir gran parte del crédito conquistado el 4 de noviembre de 2008 en la batalla por la reforma del sistema de salud, una elección valiente, terminó por congelar todos los otros temas de su agenda por lo menos hasta 2010.