Una sorpresa tomó desprevenidos a millones de personas imbuidas en la magia del Mundial y el opio placentero del fútbol.
Un grupo islámico extremista amenazaba la frágil institucionalidad de dos países fronterizos: Iraq y Siria.
Tras la invasión norteamericana que acabó con la dictadura de Saddam Hussein el Ejército iraquí es precario y poco dotado.
Siria vive ya tres años de guerra civil, 200 000 muertos y el empecinamiento del dictador civil Bashar Al Asad enquistado en su reelección indefinida y los rebeldes con un poder militar que hasta ahora no logra derrotar al aparato gubernamental.
Así, un movimiento que se gestaba hace años empieza a tomarse territorios y ciudades en esos dos Estados. Las conquistas más significativas son hasta ahora las ciudades iraquíes de Tikrit y Mosul, escenarios de la última guerra.
Al Baghdadi, lidera una organización militar rebelde que se autotitula Estado Islámico de Iraq y Levante (EIIL) y que proclamó ya a su cabecilla como Califa. Si su aventuras militar se concreta sería el primer califato instaurado desde 1924.
Siria atiende su guerra interna y no le alcanzan las manos para otra guerra en la frontera con Iraq. Este último Estado se desespera y pide un SOS. Estados Unidos no quiere saber nada de una nueva incursión tras la costosa factura de muertos y millones de dólares de la mentira de George W. Bush de las armas químicas que le sirvió de pretexto para desbaratar a la dictadura de Hussein y matarlo.
Mientras, el EIIL toma fuerza. Se trata de una reinvención sunita que no solo tiene a los pelos de punta a laicos y políticos de los dos Estados cuya seguridad está amenazada severamente sino a sus tradicionales enemigos islámicos, los chiitas. Ambas corrientes tienen interpretaciones distintas del Corán y de la herencia de poder político del profeta Mahoma.
EIIL y Al Baghdadi, otra amenaza a la frágil geopolítica de la zona.