El voluminoso informe del Senado norteamericano no hace sino confirmar un secreto a voces. El Gobierno de ese país, adalid de la democracia occidental, utiliza métodos execrables con el pretexto de sostener la integridad nacional y preservar el sistema.
El extenso documento detalla los horrores de los mecanismos de tortura empleados, supuestamente, para extraer información útil a la causa. Esa justificación se derrumba en la falacia que construye el mito.Una democracia jamás puede sustentarse en “técnicas” en cuya práctica se destruye los principios de la convivencia civilizada y la defensa de los derechos humanos y las libertades.
La idea, con el consentimiento o no de los altos mandos políticos, con el consentimiento o no del presidente George W. Bush, era sacar información de inteligencia para contener la arremetida de los fundamentalismos, que llevaron a los demenciales ataques de las Torres Gemelas y el Pentágono en ataques terroristas sangrientos que merecieron la condena de los hombres de buena voluntad de todos el planeta.
Como sucedió en las peores dictaduras del Cono Sur de nuestro continente, como sucede en estados fallidos de tiranías y dictaduras, como se impone en los estados fundamentalistas, donde la visión religiosa y teocrática está por encima de los valores mismos de la vida, el respeto y las diferencias étnicas, sexuales y religiosas, donde son los adalides de preservar el sistema los que emplean estos repudiables instrumentos y procedimientos de tortura cruel.
Es importante que esta verdad se haya destapado. En esa transparencia consiste la virtud de una sociedad democrática, pese a estos cadáveres que esconde en sus armarios.
Más importante será que se investigue, que se establezca responsabilidades, que se juzgue con rigor, para que los horrores de Abu Ghraib o Guantánamo y tantos centros de tortura sean un recuerdo vergonzosos del pasado y no una práctica que se vuelva a repetir.