La Asamblea decide la segunda reforma en los casi nueve años de vida de esta Constitución. Se puede decir que es absurdo cambiarla tanto y tan pronto, pero también que la Carta Magna no es letra muerta y que es necesario perfeccionarla.
Ambos argumentos pueden ser válidos. En verdad es absurdo no modificar una Constitución; también es absurdo querer modificarla apenas a los ocho años. Algo debe estar mal, entonces. La Constitución es la letra sagrada de un país y le otorga una racionalidad. Se presupone que fue escrita por personas con méritos o que por lo menos tuvieran un cuidado supremo en cada cosa que se escribiera.
La enmienda que tiene que ver con la seguridad social cambia una sola letra: previsional por provisional. Esas cosas pasan en la escritura, sobre todo con la apresurada. Es el cambio en el que todos están de acuerdo. No pudo haber sido un error al teclear: cinco letras separan a la ‘o’ y la ‘e’. Lo realmente importante es que no existen fondos provisionales, término que, por cierto, nos lleva a tiempo corto y no de largo aliento. Al no haber fondos provisionales, tampoco tiene fondos previsionales. Y eso sí es un problema.
En las argucias jurídicas, bajo el principio de que en derecho público no existe lo que no está escrito, cualquier cosa se puede hacer, como en la obra ‘Los intereses creados’, del Jacinto de Benavente: con el cambio de signos de puntuación en una sentencia, el perjudicado ganó el juicio que tenía perdido.
La experiencia política ecuatoriana nos enseña que no deberíamos preocuparnos. Sea que se cambie una letra o se alteren derechos consagrados en un referendo, el país tiene una devoción constituyente: se ha escrito una Carta Política cada 10 años. Faltan 15 para cumplir 200 años como República, pero ya tenemos 20 y algunos proponen convocar a una constituyente para dejar atrás la de Montecristi.
Con ese antecedente, ¿se puede pedir que la ciudadanía se movilicen porque se quiere cambiarla? Resulta triste, pero finalmente se dirá una de las frases filosóficas fundamentales de los ecuatorianos: “ni modo”.