Molestia, incomodidad, indignación y rechazo generaron las imágenes sobre los excesos que tuvo la Policía Metropolitana para controlar la presencia del comercio autónomo (otrora llamado informal o ambulante).
Las redes sociales fueron la principal plataforma para la denuncia. Lo que sucedió con una vendedora de frutillas, otro de agua de coco y una de cebichochos motivó mucha reacción y, lamentablemente, poco debate sobre un temadelicado. Sin duda que en esos hechos hubo excesos de forma y de fondo.
¿Tanto uniformado y funcionario para controlar a un comerciante? Solo faltaba la tristemente recordada “carcelera”, para remontarse a los 80 o 90, años cuando el arrebato de la mercadería, la canasta o el coche eran la respuesta a un problema social que es parte de la historia y crecimiento urbanos.
Como se actuó, la semana pasada, hace ver que no hubo una planificación, revisión de procedimientos ni tampoco el manejo de información previa levantada sobre el terreno; es decir, que aproxime a los funcionarios a la realidad de lo que ocurre en cada calle y espacio público del Centro.
El manejo y ordenamiento del comercio autónomo es un tema difícil y delicado. Requiere de un conocimiento que supera la intuición de los funcionarios que, por lo general, sustentan sus decisiones en argumentos burocráticos que están lejos de la realidad.
No todos los vendedores autónomos pueden ser encasillados o entendidos como si tuviesen realidades iguales, intereses o necesidades. Lo que quiero decir es que no para todos será una solución asignarles un puesto en un mercado. Si así fuese, la solución más rápida sería construir dos o tres mercados y ubicar a los vendedores que recorren el Centro Histórico y otros sectores de la ciudad.
El tema es complejo y difícil. Las anteriores administraciones municipales lo saben; por eso unas actuaron y otras prefirieron ver a otro lado.
En el caso de Mauricio Rodas, se trata de un tema que todavía está verde.