Una explicación que podría servir para entender el torpe manejo de algunos asuntos exteriores del Gobierno es que el presidente Rafael Correa no tiene el control sobre lo que hacen sus funcionarios. O que no le importa mucho lo que hacen.
Solo así se podría entender la última decisión de la Cancillería de impedir la entrada al país de un grupo de parlamentarios alemanes al Ecuador, que tenía previsto entrevistarse con el colectivo ambientalista Yasunidos.
Los parlamentarios, miembros de un comité legislativo alemán, pertenecen al Comité de Medioambiente del Parlamento. En su obvia indignación, han pedido que su gobierno “adopte (las) medidas necesarias”.
Quien quiera que haya tomado la decisión de negar la entrada a los legisladores seguramente no tiene la más mínima idea de la importancia que tiene Alemania dentro de la Unión Europea.
El gesto diplomático ecuatoriano, dicen analistas alemanes, bien podría afectar la concreción de ese acuerdo que, se supone, es parte central de la estrategia para ampliar los mercados para los productos ecuatorianos.
Solo un desconocimiento total de las prioridades presidenciales o, lo que es peor, su negación, podría explicar una decisión que pone en peligro la voluntad del mismísimo Jefe de Estado.
Negar la entrada a una comisión de parlamentarios de cualquier país del mundo, aún más de uno que tiene un importancia crucial, afecta la imagen internacional del país y lo coloca en el andarivel de las naciones oscurantistas.
Si lo del reciente voto en las Naciones Unidas apoyando los intereses del Gobierno norcoreano hizo que el Ecuador apareciera en la prensa mundial como su aliado, esta negativa pudiera hacer que ahora se lo considere émulo de ciertas prácticas suyas.
La explicación oficial de que se negó la entrada porque los parlamentarios solo tenían previsto reunirse con la oposición -algo que según ellos no es así- abona esa idea.