Jaime Grijalva, veterinario, explica a los tenedores de perros cómo identificar la agresividad de sus mascotas. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO
Unos, como Facu, un perro pequeñito de raza Shih Tzu, de tres meses, marcaron territorio. Incluso ante otros más grandes como un samoyedo. La mayoría simplemente se olía, como una forma de saludarse; otros también se acercaban y luego se olfateaban los genitales.
De pronto, alguien le preguntó al veterinario Jaime Grijalva, ¿por qué un macho castrado intenta montar a otro? Él respondió que para mostrar que él domina. Noa, un perro mestizo, adoptado hace un año y medio por Gabriela León, se mostraba como “el típico miedoso”. ¿Por qué? Retrocedía cuando se le acercaba algún otro can para olfatearlo, bajaba las orejas y trataba de huir entre las piernas de su dueña.
Ella comenta que cuando está en casa con otros cuatro perros es sociable, incluso con gatos. El problema surge cuando salen a la calle. Él se hace a un lado cuando ve a otros perros.
Jaime Grijalva dirige un curso para aprender sobre pruebas de comportamiento canino, que se desarrolla en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Central del Ecuador. Este test se debiera aplicar de forma obligatoria en todo el Distrito Metropolitano de Quito.
Así los tenedores tendrían la obligación de colocar en el collar de identificación el grado de agresividad de sus mascotas. Pero aún no es posible. Urbanimal, centro de zoonosis, de la Secretaría de Salud, trabaja para que en este año se pueda registrar a través de un chip, que se implantará de forma gratuita a los animales. Luego se podrá empezar con este examen.
Este martes 12 de mayo hubo una demostración en la U. Central. Más de 30 estudiantes y veterinarios interesados en aprender, observaron cómo se aplica un test de comportamiento denominado ‘Match up II’.
David de la Torre, profesor de la carrera de Veterinaria en la U. Central, considera trascendental que el médico de animales entienda su idioma. “No hay que intentar humanizar a una mascota”. Esto porque entre los animales hay jerarquías y el amo debe saber que él y su familia deben, por ejemplo, comer en un lugar y a cierta hora. Y el perro después, en otro sitio. Los perros no entienden las palabras, sí tonos de voz, dulzura y algo más fuerte como un ladrido.
Los veterinarios deben conocer cómo aplicar las pruebas de comportamiento. Sin embargo, De La Torre dice que los ciudadanos también deben cambiar su forma de ver a las mascotas. “Quieren un perro que cuide su casa, mientras más grande y bravo, más seguros estarán”.
Otro de los parámetros del test de agresividad es observar cómo se comporta el perro cerca de otros canes, o de personas. Foto: Alfredo Lagla/ EL COMERCIO
Como parte de la preparación para realizar una prueba de comportamiento, Grijalva recomienda ser muy observador. Fijarse en cómo está la cola: hacia abajo, arriba, si la mueve…
En el test hay varios ítems que se valoran en la mascota: huye, huele a las personas, lame, da la mano, está relajado, es cobarde, tiembla, se esconde, salta, está tenso, antes de morder mira de lado, sus orejas están hacia atrás, agarra cosas…
Los profesionales deben estar pendientes del tono de sus gemidos. Si es de frustración, si es para llamar la atención. Grijalva les pide mirar el contexto. Muestra un ‘clicker training’, con el que se trabaja para amaestrar a los animales, con una especie de condicionamiento operativo. El aparato permite dar un click, que se convierte en un premio para el perro cuando actúa de forma positiva. Es como la campana, que crea un reflejo condicionado en la teoría de Pablov.
En una parte de la prueba, se mide la capacidad de obedecer del animal. Se le pide que se siente, se recueste, que se levante, que se quede quieto… Antes Grijalva le muestra algo de comida, es decir le hace ver que tendrá un premio si lo hace bien.
“Una prueba de comportamiento es una radiografía”, insiste Grijalva y recuerda que debe estar a cargo de dos profesionales: uno la ejecuta y otro toma apuntes.
“Miren el ojo de ballena”, les dice cuando a Noa, uno de los alumnos, que agarra su trailla, le toma una de las patas, como parte del examen. La perra inmediatamente mira de reojo, dando vuelta la cabeza. Le dice, sin palabras, muy amenazante que lo morderá. Que está lista para hacerlo.
Estos puntos del test sirven para medir la tolerancia de una mascota ante este tipo de manipulaciones, porque es común que los niños los toquen de forma brusca.
También le lanzan una pelota de tenis, luego una chillona, una cuerda a manera de presa. Y no se engancha. También le hacen ruidos, le tocan y corren, mientras llaman su atención con voces infantiles, agudas.
Es un test largo, que deben aplicar profesionales. En el formato de la demostración, antes de que el veterinario empiece la evaluación, se pide que el dueño responda algunas preguntas. Por ejemplo, si el perro ha atacado y ha mordido, causando lesiones severas. Esto equivale a 50 puntos. La Ordenanza 048 sobre tenencia, protección y cuidado de mascotas, que rige desde el 2011, establece la eutanasia ante esos casos.
En la prueba también se consulta si ha mostrado los dientes a los adultos o niños, si les ha gruñido; si la agresión fue cuando la molestaban sus tenedores, otras personas o veterinarios, en la peluquería… Cómo reacciona con motos, carros, si los sigue…
Esta información más allá de que debe ser parte de los datos de identificación de un perro, ayuda a que sus tenedores conozcan cuáles son sus puntos débiles. También a determinar un entrenamiento.
En el test se utilizan ‘juguetes’, como un gato de peluche que camina, una muñeca de al menos 1 m de altura que simula la estatura de un niño de 3 o 4 años (los más vulnerables en caso de ataques), una mano (un guante amarrado a un palo), entre otros instrumentos.
Como parte del taller impartido a veterinarios y a estudiantes de la carrera, el lunes 18 y el martes 19 de mayo habrá pruebas de comportamiento animal gratuitas en la Facultad de Veterinaria de la U. Central.