Constanza Rojas Valdés
El Mercurio de Chile/GDA
En los años treinta, un hombre del Valle de Elqui vestido con túnica, sandalias y barba larga salió a predicar a las calles. Se anunció a sí mismo como la reencarnación de Jesucristo, consiguió cientos de seguidores y pasó a ser parte de la memoria colectiva de Chile.
Como personaje, se introdujo en la ficción de Hernán Rivera Letelier por primera vez en ‘La Reina Isabel cantaba rancheras’.
HOJA DE VIDA
Hernán Rivera Letelier
Nació en Talca el año 1950, sin embargo, se crió y vivió hasta la edad de 11 años en la oficina salitrera Algorta, en el norte de Chile, luego fue a Antofagasta junto con sus hermanos a la muerte de su madre.
Durante su adolescencia trabajó vendiendo diarios y como mensajero en una empresa minera.
Su más célebre novela ‘La Reina Isabel cantaba rancheras’, lo catapultó a la fama en 1994.
Luego en ‘Los trenes van al purgatorio’, y después en ‘Mi nombre es Malarrosa’. “Y entonces me dije: ‘Este Cristito está queriendo una novela para él solo”.
La escribió, y el libro ‘El arte de la resurrección’ ganó ayer, en Madrid, el prestigioso Premio Alfaguara de Novela. El autor nortino, quien se crió en el desierto y tras 45 años en él lo conoce como la palma de su mano, describió su triunfo como un “milagro del Cristo de Elqui”.
El jurado valoró “el aliento y la fuerza narrativa de la novela, así como la creación de una geografía personal a través del humor, el surrealismo y la tragedia”, y reconoció en ella poderosos elementos del realismo mágico, al punto de comparar a su personaje con otros de García Márquez o Vargas Llosa. Frente a esto, Rivera Letelier responde: “Soy un hijo de los escritores del ‘boom’, nunca he renegado de ellos, ni quiero matarlos. Pero si le vamos a poner una etiqueta al libro, le pondría ‘realismo estético’ ”.
Domingo Zárate Vera, el protagonista, lleva 10 años predicando por Chile, cuando escucha acerca de una prostituta que sigue fielmente a la Virgen del Carmen. Es Magalena Mercado, quien fue abusada desde niña y se prostituye para sobrevivir. Zárate la encuentra y le pide que lo acompañe en su misión de anunciar el fin del mundo. Luego de cárceles y promesas de por medio, se instala con ella a predicar a los hombres que esperan los servicios de Magalena.
Aparecen huelgas y la matanza de Santa María de Iquique. “Es una novela que desparrama con ventilador en cuanto a la crítica social”, dice Rivera Letelier. “Al igual que el Cristo”.
Para construirla investigó numerosas fuentes, hasta conseguir lo que llama una historia real, pero contada como novela. Tanto así que incluyó una bibliografía.
Leyó textos que el predicador escribió y habló con personas que lo conocieron, como Alfonso Calderón. Porque fascinados por el personaje hubo muchos, como el mismo Nicanor Parra con sus ‘Sermones y prédicas del Cristo de Elqui’. “Me di cuenta de que el poeta también había estudiado sus libros. Fue lindo saber que estaba haciendo lo mismo que Parra: él para la poesía, y yo para la novela”. Y afirma con seguridad: “Es lo mejor que he hecho. Este es mi gran tema”.
¿Siente cierta empatía con el personaje?
Cristo es un tipo que se las trae. Me identifico mucho con él.
Creo que si alguien tenía que escribir la historia del Cristo de Elqui, era yo, porque me crié en casa de padres evangélicos, mi padre era un predicador, y yo iba con él a predicar a las calles cuando era niño. Me crié con la Biblia en la almohada.
¿Cómo narró la historia?
Tiene dos tiempos. Es una historia que dura cerca de 20 días, ahí en la pampa, y en capítulos que van insertos se cuenta desde que nace el Cristo de Elqui, hasta que muere en los años setenta en Quinta Normal, en Santiago.
Entro en la cabeza, el corazón y el cuerpo del personaje. De pronto tengo la impresión de que estoy narrando desde dentro de aquel enigmático personaje.