Hay quienes sostienen que la molestia que despertó en Alianza País la posición del secretario jurídico de la Presidencia, Alexis Mera, sobre el papel del Estado en la educación sexual, es tongo.
Que el Gobierno, inmerso en su estado de propaganda, generó este episodio embarazoso para bajar la tensión política por las manifestaciones de hoy y desviar la atención hacia otros temas que no sean las salvaguardias y la carestía.
Que la trama era involucrar deliberadamente a Mera en la discusión sobre el Plan Familia Ecuador, para que ganara fuerza la tesis de que hay un ala conservadora muy influyente en el Gobierno, y así agitar el avispero en el vecindario izquierdista.
Entonces, todo el país estará entretenido viendo cómo las mujeres del oficialismo se quejan de Mera, por Twitter, apoyadas por aquellos militantes que hace bastantes años se hicieron famosos por su discurso progresista.
Sería doloroso constatar que la política ecuatoriana es un gran teatro donde todos sus actores se mueven bajo un guión preestablecido por los estrategas del Presidente.
Y aunque resulte un contrasentido, es obligación de las mujeres de Alianza País y de esos militantes de izquierda demostrar un enfado genuino. La mejor forma es pasar de las palabras -o mejor dicho, de los tuits- a los hechos.
Gabriela Rivadeneira, una de las más indignadas, representa nada más y nada menos que al primer poder del Estado. Tiene el peso para fiscalizar lo dicho por Mera y plantear públicamente su permanencia o no en el cargo.
La reivindicación de los derechos de la mujeres es algo demasiado serio como para que termine en lo anecdótico. Más aún, cuando el debate sobre el aborto ya quedó tristemente zanjado por el fuero moral del ciudadano Correa y no por la visión del estadista.
Si Rivadeneira se contenta con que el Presidente reconozca el enfado colectivo y argumente que las opiniones de Mera fueron a título personal, tal enojo no será real y habrá Alexis Mera para rato.