Ecuador fue uno de los primeros países en sumarse al Grupo de los No Alineados, durante la segunda conferencia del grupo en 1961 como observadores.
Nosotros ni comulgábamos con los soviéticos y su Comecon, y estábamos lejos de querer seguir a ciegas los paradigmas de la Alianza para el Progreso creada por Estados Unidos. Eramos una nación en ciernes que pensaba, como muchos otros países latinoamericanos, que teníamos el derecho libre y soberano de escoger el camino de desarrollo que más nos parezca. Dicho así suena muy fácil, pero no lo fue, nunca hubo una élite aglutinadora que pensara de la misma manera y la fragmentación propia del Ecuador nunca permitió (por suerte) ningún extremo ni del uno ni del otro lado. En síntesis, los No Alineados fue el movimiento que más se parecía a nuestros intereses y al país pequeño que debíamos defender en el escenario internacional. En la década de los sesenta, ser
No Alineado se convirtió en lo verdaderamente revolucionario, porque significaba reivindicar la autonomía y el camino propio de cada nación, versus la subordinación a la que se enfrentaban otros países alineados con cualquiera de las dos órbitas.
La decisión de entrar a la Alba es un alineamiento. Y así hay que entenderlo. Pero la pregunta que aún no entiendo es ¿alinearse para qué? Primero, el Ecuador gozaba de la cooperación de Venezuela sin entrar a la Alba, sobre todo en materia petrolera, y es dudoso que Venezuela no exija, como fue en el caso de Cuba o de Bolivia, exención de impuestos a las utilidades generadas por inversiones petroleras venezolanas. Segundo, América Latina está llena de proyectos políticos de izquierda desde todos los matices. Existen un Tabaré Vásquez en Uruguay y un Mauricio Funes en El Salvador, que no se han unido a la Alba ni tienen necesidad de hacerlo. Nos olvidamos también de la inmensa cooperación y asistencia técnica que hemos recibido del Chile de Michelle Bachelet, talvez con la esperanza de que seamos una bisagra más amplia que pueda facilitar el diálogo en el Cono Sur. Y qué decir de Brasil, la gran potencia regional con la cual hay que aprender a negociar abiertamente apoyos y aprendizajes propios. Tercero, abandonamos el TLC, ganamos dos causas en el Ciadi, sacamos a la
Base de Manta y todo sin que EE.UU. diga ni pío, ni desembarque sus marines ni pretenda comprar nuestras conciencias. Es decir, cambió la historia y no nos dimos cuenta.
El Gobierno despertaba una de las mayores expectativas en el escenario global, precisamente por su capacidad de llevarse bien con Hugo Chávez, sin pertenecer a la Alba. Se ha preguntado si firmar acuerdos o adhesiones sirve al Ecuador. Sin embargo, ahora vamos a pertenecer al ‘sindicato’ (por su poca apertura) como llaman en Naciones Unidas a sus miembros. En síntesis, hemos renunciado a la cancha grande para jugar en las ligas pequeñas.