Aspirar a que nuestra política y nuestros políticos se pongan de acuerdo en algo es tan difícil como subir un palo ensebado con terno y corbata. Por eso es que estamos a muchos años de distancia de lograr lo que en otros países es una rutina o de alcanzar algo tan simple como la sensatez y la madurez democrática.
Haces pocos días falleció el ex vicepresidente brasileño José Alencar, ideológicamente contrario a las ideas socialistas de Lula da Silva. Empresario textil de Minas Gerais, el tercer estado brasileño por su tamaño y contribución al PIB. Con un patrimonio superior a los 1 000 millones de dólares, el ex vicepresidente falleció a los 79 años, después de ser sometido a 17 cirugías en 13 años por un cáncer estomacal.
Fue el principal gestor para que los brasileños dejaran atrás los prejuicios y se quebraran las resistencias que millones de brasileños tenían contra Lula, quien había perdido tres elecciones consecutivas. Precisamente uno de los principales soportes del ahora ex Presidente brasileño vino de los empresarios.
Es que Lula siempre habló claro, pero nadie le quería oír. El obrero metalúrgico lloró como un niño durante el velorio de su ex compañero en el poder, fundador de Coteminas, una empresa textil con 16 000 empleados, que exporta productos a Estados Unidos, Europa y al Mercosur.
Austero como debe ser un funcionario público, Alencar criticó en duros términos a la Función Ejecutiva de la que era integrante debido a los gastos que él consideraba un dispendio. Su crítica principal se dirigió a los excesivos viajes de los ministros, de los burócratas y de quienes estuvieron en el poder durante los ocho años del Gobierno del Partido de los Trabajadores.
Esa tendencia de abusar de los recursos ajenos o de jactarse de hacer favores con dinero que es de los cofres públicos era deplorada por Alencar. Muchos políticos tienen la tendencia de atribuirse para sí mismos la ejecución de una obra, cuando es su obligación hacerla si es que están en el poder.
No es ningún mérito detenerse frente a la luz roja del semáforo, es una obligación. El manejo de lo público para Alencar era un tema sumamente delicado. Curioso también resulta el hecho de que en el primer período presidencial de Lula da Silva (2001-2005), Alencar ocupó la doble función de Vicepresidente y de ministro de Defensa Nacional.
Cuando existe voluntad y visión única de país, las ideologías quedan de lado, incluso las creencias o la fe. Mientras Lula se declaró siempre un católico, Alencar era miembro de la Iglesia Universal. Un católico y un protestante nunca tuvieron dificultades para entenderse. Un izquierdista auténtico como Lula y un derechista caminaron juntos para poner a Brasil en el ‘top ten’ de la economía mundial entendieron que la Patria es de todos y no solo de quienes alcanzaron el poder.