Muchos periodistas hemos leído con entusiasmo los libros y conferencias de Ryszard Kapuscinski. Talvez ha sido quien más nos ha enseñado sobre este oficio, y nos ha encantado para ejercerlo, siempre mostrándonos los riesgos, limitaciones, condiciones, objetivos. Es verdad que se había convertido en una leyenda del rubro, y una dosis de realismo no estaba demás. Es que su discípulo Artur Domoslawski publicó en Polonia una biografía de su mentor, Kapuscinski Non-fiction, acusándolo de espía para el Gobierno comunista, de creador de un mito sobre sí mismo, y de inventor de hechos para sus crónicas. ¿Oportunismo desagradecido? ¿Investigación periodística? ¿Ansias de fama?
Domoslawski hace poco más de dos años publicaba una columna de opinión en El País titulada Kapuscinski contra la manipulación. No queda claro el tema central, aunque parece exponer dos características de su mentor: siempre estar del lado del protagonista, y desconocer el rol de héroes o villanos que concederá la historia a los personajes. Es especialmente sospechoso el gancho que usa en su artículo. El primer párrafo dice -aunque después no hable nada de ello- que si bien mucha gente considera al periodista polaco un ídolo, él ya no está tan seguro de cuánto se le conoce (tómese en cuenta que Kapuscinski había muerto hace apenas un año). La frase en su contexto es, por lo menos, extraña.
A esto podemos añadir un par de artículos con muchas imprecisiones y evidentes prejuicios escritos para la revista Letras libres en las que Domoslawski trata de mostrar las “múltiples caras” de Juan Pablo II. Téngase en mente que un fácil acceso a la fama es atacar abiertamente, y no siempre con muchos argumentos, a personajes aceptados y agradables a la mayoría, talvez por su dosis de verdad.
En todo caso, siempre es bueno revisar las relaciones del periodista con el poder, y su límite frente a la literatura. El recién fallecido Tomás Eloy Martínez señaló que si el periodista si transa con el poder y se vuelve cómplice de la mentira y de la injusticia, no sólo se traiciona a sí mismo, sino sobre todo a la fe que el lector ha puesto en él, destrozando “el mejor argumento de su legitimidad y el único escudo de su fortaleza”. También indicó que “algunos jóvenes periodistas creen que narrar es imaginar o inventar, sin advertir que el periodismo es un oficio extremadamente sensible, donde la más ligera falsedad, la más ligera desviación, puede hacer pedazos la confianza que se fue creando en el lector durante años”.
Kapuscinski nos enseñó a hacer periodismo intencional, para provocar un cambio. A dejar de lado la tan común arrogancia e hipervisibilidad narcisista del periodista. A mimetizarnos, y ser uno más. Esto es lo concreto, frente a la dudosa intención de Domoslawski.
Columnista invitado