Gabriela vivió acoso sexual en una universidad de Quito. Decidió dejar la materia. Foto: Alfredo Lagla / EL COMERCIO
Todo comenzó con una mirada, un roce de manos y una insinuación. Su reacción: incomodidad y miedo. Lo recuerda Gabriela, quien vivió una situación de acoso en sus primeros años de universidad.
A primera vista estas acciones pueden parecer sutiles y sin malicia. Pero sin el consentimiento de la otra persona causan molestia y se convierten en acoso sexual. Así lo ven Cristina Vega y Paz Guarderas.
Ambas son parte de un grupo de investigadoras de seis universidades de Quito. Desarrollaron una herramienta para medir el acoso sexual en las aulas de clase. Se trata de una encuesta con 19 preguntas.
Se encuestará a una muestra de la población de los centros que desarrollaron la herramienta: Flacso, Andina, Pontificia U. Católica del Ecuador, Central, U. de Cuenca y la Salesiana. Se lo hará en el segundo semestre del año. Los resultados serán un insumo para reforzar protocolos de acción.
A través de la encuesta se busca valorar la frecuencia con que alguien se ha sentido acosado, identificar al acosador, el lugar donde ocurre, etc.
Gabriela, por ejemplo, sintió miedo por el constante interés de un docente hacia ella.
En primer año de carrera fue madrina de deportes de su curso. Todo era normal, pero de repente un profesor se acercó a ella, le entregó una llave y tomó fuertemente su mano. Eso la asustó. Pensó que fue un malentendido y lo dejó pasar.
Pero el acoso siguió. En los pasillos, las miradas insinuantes no cesaban. Años después tuvo que tomar una clase con este hombre y el malestar creció. No lo denunció. Prefirió retirarse de la materia.
“Me aterró la situación, pensé que no me creerían”.
El tema del acoso está rodeado de ambigüedad y desconocimiento, anota Guarderas. Por ello creyeron importante definirlo para que las víctimas reconozcan las alertas.
Las llamadas o los mensajes con contenido sexual, bromas ofensivas, miradas intensas que generan rechazo por no ser consensuadas podrían considerarse acoso. Preguntas al respecto se abordan en esta encuesta: Bienestar en la Comunidad Universitaria.
Su importancia -según las maestras consultadas- radica en que hombres y mujeres puedan identificar el acoso y rompan ese círculo.
Guarderas recuerda que en una de sus clases se vivió una situación de este tipo. Un grupo de chicas expuso frente a la clase un tema. Mientras lo hicieron, sus compañeros empezaron a silbarles y a repetir chistes morbosos.
Nadie dijo nada. Solo la maestra titular de la carrera de Psicología de la Politécnica Salesiana. Ese día les habló sobre las implicaciones del acoso y lo que sienten las víctimas.
El acoso incluye prácticas verbales o actitudes de carácter sexual. Son emitidas de forma insistente, causan incomodidad. Eso dice la justificación del proyecto, que presentarán a la Secretaría de Educación Superior próximamente.
Adicionalmente, dicen, puede estar vinculada a las relaciones de poder que se establecen dentro de las aulas de clase.
Gabriela lo sintió así. Cuando ella cambió de actitud con el docente, percibió que él se molestó. “Me sentía incómoda y trataba de no acercarme a él cuando estaba sola”.
Para Vega, es necesario identificar estos comportamientos no solo para evitarlos sino para empoderar a las mujeres. Deben hablar si les incomodan.
“El miedo, el machismo, el poder de la autoridad o jerarquía” juegan un rol importante para que se mantengan estos casos, aseguran las expertas.
Un punto importante según Vega, investigadora de la Flacso, es que ahora hay un nuevo grupo de hombres y mujeres que no está dispuesto a tolerar esta situación. Además, no se trata de impedir el coqueteo. “Se busca educar y que las personas rechacen prácticas invasivas y no consensuadas”.
Esta herramienta le parece útil a Gabriela, quien ahora cree que debió hablar. No es que las mujeres incitemos a un hombre. Yo puedo -dice- saludar con una sonrisa. “Eso no significa que yo quiera algo”.
Esta iniciativa es un primer paso. Pero “hay que ajustar los protocolos de atención ante casos de acoso en las universidades”. Lo afirma Francis Bustamante, delegado estudiantil al Consejo de Educación Superior. En el CES, en el 2017 se conocieron unos 30 casos, dijo.