Redacción Quito
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Cantándole a un caracol imaginario, Sebastián S. de 4 años caminaba por una de las aulas del grupo de saltarines, llamado así por la energía que tienen los niños entre los 3 y 4 años. Con los cachetes rojos, la ropa un poco desgastada y pequeña y la mirada muy alegre, Sebastián se recostaba sobre una de las cuatro colchonetas que estaban tendidas en el piso del aula para hacer la siesta.
Las donaciones
La Fundación Tierra Nueva atiende niños desde los 6 meses de edad hasta los 5 años. Y por la tarde llegan 50 niños escolares que almuerzan en el sitio y realizan sus deberes.
Para realizar donaciones o voluntariado en este lugar se puede llamar al 2621 847 o al teléfono 262 4 533. En este lugar se atiende desde las 08:00 hasta las 17:00.A las 13:00 del pasado viernes, 322 niños de las guarderías de la Fundación Tierra Nueva, del Calzado y de la Mena 2, dormían después de comer el almuerzo. Con las manos limpias y en completo orden los niños realizan esta actividad diariamente.
Las 12 maestras y las seis voluntarias, de El Calzado, cuidan el sueño de 202 niños mientras organizan el aula luego del día de trabajo. Ellas forman parte de la Fundación que creó el padre José Carolo hace 28 años y que da ayuda a las personas de escasos recursos económicos que viven en el sur de la ciudad.
Romina G. de 3 años, aprendió el viernes las partes de su cuerpo. Al ritmo de una canción, ella enseñaba a sus amigos dónde se encontraban las rodillas, las piernas y los pies.
Para Elizabeth Pinos, directora del sistema de educación de Tierra Nueva, este trabajo es posible más allá del dinero que reciben los profesores, ya que muchas veces tienen problemas financieros que hacen difícil realizar el pago de los sueldos.
La fundación cuida de los niños que vienen de familias pobres o en situaciones económicas y familiares inadecuadas. Cada año más de 400 madres llegan hasta este centro, en la Andrés Toledo y Francisco Piña, para pedir un cupo para sus hijos.
Los padres que poseen los recursos pagan USD 12 mensuales, mientras que quienes no los tienen cancelan la pensión trabajando cierto número de horas en la institución. Según Pinos, en una institución privada la pensión regular cuesta USD 45.
La falta de dinero, recurso humano y físico han limitado el trabajo de la fundación. “Muchos niños se quedan fuera de estos programas porque no tenemos cómo atender a un número más grande de pequeños”, aseguró Pinos.
Dijo que aunque está entres sus planes extender la ayuda, por ahora no es posible.
Para la profesora María Lara, trabajar con los niños es una experiencia inigualable, pero se ve limitada por la falta de materiales. “Muchos de ellos no pueden comprar los libros ni la lista de útiles completa”, dijo. Para evitar que los pequeños se queden sin aprender, las maestras dibujan en hojas blancas las páginas de los libros para que los niños emprendan las actividades.
A pesar de las limitaciones económicas de la fundación, las maestras y las voluntarias llegan todos los días para cantar con los niños e impartir sus enseñanzas.