Redacción Quito
Detrás de una gran puerta verde de madera se escuchaban las risas y los gritos de un grupo de chicos que jugaban fútbol. Tras el portón, niños de entre los 9 y 18 años pateaban un balón y gritaban el gol que uno de ellos marcó.
La cancha, que está en un terreno de 5 000 m² en La Armenia, es parte de las instalaciones de la Casa de la Niñez 2. Esta es una organización municipal que acoge a chicos con experiencia de vida en la calle y con problemas de adicción. Aunque en estos días solo hay chicos de hasta 17 años, al lugar van muchachos de 18.
En este lugar, actualmente, 24 adolescentes tratan de dejar las calles y obtener una independencia laboral y social. En una gran aula blanca Vinicio Vázquez trataba de mantener el orden.
Levantando su voz y mirando fijamente a los adolescentes, el educador pidió a sus alumnos que compartieran sus pensamientos. Para ello, los organizó en un círculo y ahí cada muchacho reflexionó sobre las cosas buenas y malas de sus compañeros.
Esta práctica se realiza a diario en la Casa de la Niñez, que funciona desde hace tres años (se inauguró el 15 de febrero de 2007). Anualmente este hogar atiende entre 120 y 150 niños con experiencia de vida en la calle y reinserta a 15, aproximadamente. Con una oración de gracias y despidiéndose con un abrazo, los adolescentes salen del aula y van a cada una de sus clases.
Los talleres de metalmecánica y arte son los favoritos. En este último, Walter C., de 15 años, aprendió a fabricar máscaras de yeso. Esta es la tercera vez que Walter entra a este centro municipal; la libertad que tenía en las calles lo impulsaba a dejar la Casa.
Las huellas de su vida en la calle se mantienen. Su cara mostraba marcas de golpes y sus manos gruesas lucían lastimadas. “Me gusta hacer máscaras, pero me gusta más hacer deporte”, dice Walter C. Desde hace un mes empezó a practicar lucha olímpica y en una semana competirá en un torneo nacional.
El sonido de una sirena alerta a Walter sobre la hora (11:00). Era momento del refrigerio, todos formaban una fila para recibirlo.
Mientras esperaban el vaso de avena y una torta, Jhonatan M. bromea en la fila. Él hacía gala de sus habilidades para el fútbol: “Si juego les gano a todos”. Jhonathan, de 15 años, ingresó a este centro en diciembre. Aunque no vivió en la calle, los problemas con las pandillas lo llevaron a la Casa de la Niñez. Ahora quiere graduarse, estudiar mecánica automotriz y salir adelante. En la urbe hay 200 niños que viven en la calle y 4 000 trabajan.