La comunidad de naciones inicia la década con un tablero de navegación rebasado por acontecimientos inéditos. No se han superado secuelas de la guerra fría y menos del 11-S. La no polaridad ha generado multiplicidad de actores, que dispersan el poder globalizado. El statu quo anterior recreaba un mundo seguro, facilitado por la presencia de menos interlocutores. Se habla del G2 formado por Estados Unidos y China, mientras se entierra al G8 para distribuir responsabilidades en el G20.
El fracaso de la Conferencia de Cambio Climático confirmó el simplismo del discurso, ya que desde Kyoto las decisiones capaces de enfrentar los daños al medioambiente se han quedado en buenas intenciones.
La imagen de los jefes de Estado dedicados a redactar párrafos insulsos fue desalentadora. Obama dialogando horas con sus pares de Brasil, China, India y Sudáfrica, recordaba a un gran maestro de ajedrez jugando en seis tableros a la vez, sin concluir ningún jugada.
El fallido ataque navideño a un avión estadounidense recuerda la vulnerabilidad ante el asedio terrorista que no cesa y que es irreal reducir la amenaza a Estados Unidos. Yemen se agrega a Iraq, Irán, Afganistán, Pakistán y Somalia como santuarios de Al Qaeda.
El vínculo con el crimen organizado, lo confirman 9 000 toneladas de opio exportadas en 2008 por traficantes afganos, subrayando un desafío minimizado, ya que enfrentarlos afecta al mercado de armas, precursores químicos y lavado de dinero de origen occidental.
América Latina inicia la década confundida y debilitada por la crisis hondureña, producto de la participación errática de Brasil, la incapacidad del sistema interamericano y el egoísmo del asociado más influyente que decidió sacrificar los avances en la región, para solucionar un asunto interno. La tercera reelección de Uribe descalifica el repudio a esta práctica venezolana, que están adoptando los asociados de la Alba, mermando la consolidación de la democracia en la región.
Este panorama confirma que no hay en el horizonte una sociedad internacional que comparta objetivos que puedan coadyuvar a construir una plataforma común para enfrentar los grandes problemas globales.
Hay un inevitable retorno al aldeanismo primitivo de ‘sálvese cada pueblo como pueda’.
Este y no otro es el entorno en que se reúnen los miembros del servicio exterior mexicano, que tienen la oportunidad de recuperar espacios dentro y fuera de la región, tarea en la que
México puede hacer aportaciones para crear una nueva gobernanza continental, capaz de enfrentar los problemas que tiene pendientes toda la humanidad.
Las coyunturas de crisis deben ser abordadas con audacia e imaginación.
El Universal, México, GDA