Marina Ortega clava con firmeza el azadón sobre la tierra. Luego, retira las hojas de las plantas de papas sembradas en su parcela, en Huapante Grande.
En los últimos días hay bruma en este pueblo de calles sinuosas que pertenece a la parroquia San Andrés, a 15 minutos del centro de Píllaro, en Tungurahua.
La agricultora arranca de cada mata cinco papas de la variedad estela. Las plantas fueron sembradas con abono orgánico hace seis meses. El tubérculo mide 8 centímetros de largo, tiene la cáscara morada y por dentro es amarilla. No está contaminada de gusanos.
Ortega es de la Asociación de Agricultores Santa Catalina de Huapante Grande. La organización agrupa a 18 mujeres y funciona desde hace ocho años.
Recientemente construyeron una planta para elaborar abono orgánico, con el fin de usarlo en sus chacras y motivar a que más gente practique una agricultura sin químicos.
“Comprar un saco de fertilizante orgánico cuesta USD 10. Por eso, con el apoyo de varias instituciones desde hace una semana tenemos una planta para hacer bioabonos”, cuenta feliz la comadre de Ortega, Leonor Tigse.
De esta forma obtienen fertilizante a USD 7 el quintal. Otra de las socias, Leonor Toapanta, agrega que antes no recibía asesoría y por eso utilizaba químicos en la siembra y en la fumigación.
Pagaba USD 40 por cada quintal de abono químico. Ahora gasta menos de la mitad por uno orgánico. “Desde que uso humus, saco una papa grande y muy rica. Fumigo con abonos naturales dos o tres veces a la semana”.
El año pasado, las mujeres consiguieron ayuda del proyecto Hortisana –Píllaro del Centro Internacional de la Papa (CIP), para instalar la planta. La pusieron en un terreno de 2 800 metros, que arrendaron en su pueblo. La planta tiene capacidad para producir mensualmente 120 quintales de humus (abono elaborado con desechos orgánicos y lombrices).
Tienen una picadora industrial, palas y envases de plástico. Ellas recibieron asesoramiento del CIP durante seis meses.
Todos los días y desde las 08:00 hasta la noche, Ortega y sus compañeras aprendieron a mezclar la cascarilla de arroz, con el estiércol de cuy y de vaca, la tierra, los desechos de leguminosas, hierbas aromáticas’. El estiércol lo consiguen en el camal de Píllaro.
La Asociación tiene un convenio con el Municipio para manejar los desperdicios de los animales que son faenados.
Antes troceaban los restos vegetales con las manos, pero ahora con la picadora industrial es más fácil, dice Ortega.
Victoria López, técnica del CIP, recomienda que hay que cortar pedazos pequeños para agilitar la descomposición.
Las mujeres de Huapante Grande demuestran a sus paisanos por qué es importante no usar químicos. En 800 metros plantaron semillas de cinco especies de papas: estela, súper nativa, fripapa, yema de huevo y natividad.
En una mitad de la parcela la tierra está mezclada con humus orgánico y en la otra con abono químico. En ambas sembraron las mismas semillas.
La agricultora María Chasi muestra las diferencias de los tubérculos. La papa cultivada orgánicamente está lista en seis meses y no tiene enfermedades.
“Su sabor es rico y es ideal para acompañar el hornado crocante de Píllaro. La otra no tiene buen sabor. No se deslíe en la boca”.
Gonzalo Mera, responsable del proyecto Hortisana, señala que es interesante que los mismos agricultores se preocupen por mejorar su producción. “La agricultura que depende de insumos externos como fertilizantes químicos y pesticidas, no es buena para las familias dedicadas a este trabajo ni para los consumidores”.
En eso coincide Ortega. “Por eso nos unimos las mujeres. Estamos orgullosas y muy contentas de tener nuestra planta”.