Redacción Quito
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Tras las rejas negras de la puerta de una casa ubicada en El Placer, en el centro, se escuchan risas de decenas de chicos. Tras esa puerta, un pasillo largo y oscuro recibe diariamente a 111 adolescentes con experiencia de vida en la calle, quienes asisten a clases.
En la casa trabaja la Fundación Sol de Primavera que busca la reinserción escolar y social de los chicos que han vivido en la calle. Jóvenes de entre 11 y 18 años, en condiciones económicas deficientes, encuentran en esta organización un lugar donde pueden estudiar y obtener una carrera técnica para evitar que continúen en las mismas condiciones.
El aprendizaje
En la Fundación, los chicos aprenden panadería, joyería, corte y confección, y carpintería.
Los grupos se dividen en dos. Quienes no han terminado la primaria y quienes pueden aprender una carrera técnica. Los chicos que pueden aportan 10 centavos diarios a la fundación, esto según Barros no ocurre con frecuencia por las condiciones sociales en las que viven.
Las clases se inician a las 08:30 y se desarrollan en dos jornadas. El último grupo de estudiantes sale a las 18:00.
La mayor parte de adolescentes que llegan hasta El Placer ha pasado toda su vida en las calles, ya sea vendiendo caramelos, limpiando zapatos o simplemente vagando por la ciudad.
Esto debido a que sus padres son vendedores informales.
Para evitar que los chicos sigan lejos de la escuela y bajo el maltrato de sus padres y hermanos, se creó la Fundación hace 12 años. Por medio de la gestión de dos suizos y una ecuatoriana, el proyecto arrancó con 12 betuneros, quienes, según Carmen Barros, directora de Sol de Primavera, ahora son padres de familia e incluso tuvieron accesos a trabajos rentables y colaboran constantemente con esta obra social.
Pero aunque en los patios de la casa se escuchen risas, los ojos y rostros de los estudiantes reflejan tristeza. Muchos de ellos han sido víctimas de maltrato físico desde temprana edad, abuso sexual y han sido obligados a trabajar y dejar la escuela.
Ese es el caso de Julio C., de 15 años. Con el cabello peinado a un lado, casi cubriéndole toda la cara, con las manos cruzadas, algunas señales de golpes en su rostro y con la ropa desgastada, Julio recordaba con tristeza cómo era su vida antes de entrar a la fundación hace tres años. Ahora está aprendiendo panadería y el próximo año deberá buscar una pasantía en alguna empresa para iniciarse en esta profesión.
Barros cuenta que del 100% de chicos que ingresa a Sol de Primavera, el 90% obtiene ayuda, es decir, alcanza una profesión e incluso un trabajo; sus familias superan los problemas sociales como alcoholismo y maltrato, esto se logra con el seguimiento y el trabajo social que realizan los trabajadores de la fundación. El 10% restante son casos en proceso de solución.
Byron B. es el único niño de 10 años que acogió la Fundación hace 1 año. Aunque él no era vendedor informal, pasaba sus días en los juegos electrónicos. Según los maestros, la adicción de Byron era tan grande que no podían hacer que permanezca en el centro.
Ahora Byron pasa alrededor de cuatro horas en la casa y aprendió a tocar un instrumento musical e incluso ya forma parte de un grupo folclórico que está conformado por los maestros y los mismos estudiantes.