La semana en Venezuela pintó temas complicados.No se entiende como sobreviven los venezolanos ante tanta ignominia y escasez.
Falta todo: comida, leche, bienes pero además democracia y libertad. El Régimen autodenominado socialista se contenta con justificar la caridad de las misiones. Un sistema paternalista con los sectores marginados donde, ciertamente, el bipartidismo no había llegado ni siquiera en los tiempos de bonanza petrolera. Eso alentó la inequidad y explica la aparición del mesianismo revolucionario que supo encarnar Chávez, montado en la pobreza y la marginación.
La tensión crece y Venezuela sigue aislada de la comunidad internacional que presiona por la libertad de los presos políticos. El Régimen se enseñorea en medio de una asfixiante falta de derechos y libertades. Los medios de comunicación fueron víctimas como en todos los populismos autoritarios.
El heredero de Chávez no supo llegar a la talla de liderazgo del coronel y su gobierno sufrió un desgaste acelerado. Cuando llegó la época de las vacas flacas –vacas faltan en Venezuela desde hace rato– el clientelismo no pudo sustentar el sistema de reparto caritativo. La falta de producción socapada por la abundancia petrolera mostró sus costuras. La gente sobrevive entre la represión y las protestas. Las elecciones parlamentarias dieron un vuelco a la inoperancia del presidente Maduro. Esa impotencia en el manejo de la cosa pública llevó al decreto de apagones por cuatro horas diarias y a la ‘vacación’ obligada de los burócratas. Deben ir, mientras dure la crisis, solo dos días por semana para ahorrar energía.
La oposición se volcó a las calles para apuntalar el referendo revocatorio. Debía juntar 200 000 firmas, pero en dos días logró un millón y medio.Mientras el autoritarismo rampante de Maduro muestra su desprecio a las normas y en gesto ramplón, amenaza con revisar las firmas, una prueba más del control de poder que ejerce sobre un Consejo Electoral títere del Ejecutivo.