No fue el epicentro del terremoto del 16 de abril de 7.8 grados de magnitud. Pero resultó igualmente golpeada, por las condiciones de extrema pobreza que ya existían en el sur de la provincia de Esmeraldas.
Las viviendas de la zona rural de Muisne se levantaron sin ningún tipo de estudio técnico. La población, que en su mayoría se dedicaba a la recolección de conchas y cangrejos azules, construyó casi artesanalmente las casas endebles en las cuales habitan. Son de caña y madera. Están cerca de su lugar de trabajo: el manglar.
Ahí sobreviven sin acceso a servicios básicos como agua potable o alcantarillado. El dinero que percibían en el poblado de Santa Rosa, por ejemplo, era por el comercio de los crustáceos, pero ya no han podido recolectarlos. Desde el día del terremoto, temen que una réplica los sorprenda en el mangle o que pueda provocar un tsunami.
Les pagaban entre USD 8 y USD 12 por cada ciento de conchas. Para lograr ese número, los pobladores deben estar dentro del lodo del mangle buscando el producto durante unas cinco o seis horas, bajo el sol y expuestos a los insectos de la zona.
Por eso la actividad prácticamente se paralizó en Santa Rosa. Y los intermediarios que requerían los productos tampoco van al lugar, porque las fuertes lluvias del invierno arruinaron los caminos.
En Muisne hay 5 829 personas albergadas, 858 viviendas afectadas y 747 casas destruidas. Las Fuerzas Armadas, en coordinación con los ministerios del frente social y de Vivienda, han logrado que (por ahora al menos) no les falte la comida diaria a la población de Santa Rosa.
Pero ahí no cabe reparar las viviendas, y una inversión del Estado en zona de riesgo. Allí urge una reubicación y estrictos controles para evitar que se vuelvan a construir casas. La población necesita una ayuda que va más allá de raciones alimenticias. El Estado debe tomar en cuenta a Esmeraldas en la etapa de reconstrucción que inicia.